Lo masculino, lo femenino e Iruña.

Durante muchos miles de años el sexo dominante en la Humanidad ha sido el femenino. Durante la Prehistoria, el dominio de la mujer estaba basado en su capacidad de procrear (para lo cual el papel del hombre siempre se ha considerado accesorio, e incluso ha sido desconocido en muchas culturas), y se encontraba simbolizado en las divinidades que a lo largo de miles de años han sido femeninas: Diosas de la fertilidad, principalmente.
Además, como se sabe, en aquellos tiempos la forma social existente era el Matriarcado.

Esta situación empezó a cambiar cuando en el tercer milenio antes de Cristo empezaron a llegar a Europa los pueblos indo-europeos. Éstos trajeron unas estructuras sociales de caracter patriarcal, así como nuevos dioses (masculinos) que fueron derrocando a las diosas femeninas existentes, imponiéndose así, progresivamente, una sociedad de carácter patriarcal-racionalista (frente a las antiguas sociedades matriarcales-naturalistas).

En la actualidad, y desde entonces, éste es el tipo de sociedad en que vivimos, siendo la preponderancia de lo masculino sobre lo femenino evidente.

Desde entonces, han sido escasos los pueblos que han conservado características culturales matriarcales. Uno de estos reductos matriarcales ha sido el pueblo vasco, que a lo largo de los siglos ha conservado una lengua (el euskera), unas formas sociales (el “matriarcado vasco”) y una mitología (diosas telúricas...) de carácter pre-indoeuropeo; neolítico.

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Insólito cartel de las fiestas de San Fermín del año 1919.


La cultura vasca, de carácter matriarcal-naturalista, a lo largo de los siglos ha convivido, y también ha luchado, con la cultura patriarcal-racionalista dominante.

En esta lucha de lo masculino contra lo femenino han jugado (y juegan) un papel fundamental los SÍMBOLOS.

Un ejemplo de esta lucha a través de los símbolos lo vemos en la ciudad de Iruña (actual Pamplona):

Iruña era una importante población vascona que poseía las características culturales matriarcales de su entorno geográfico, hasta que llegaron a ella los Romanos, que se instalaron e impusieron su cultura y religiones patriarcales.

Así, con la llegada de los Romanos, surgió en Iruña (simbólicamente hablando) el choque hombre-mujer, y el culto a las diosas de la tierra se sustituyó por el culto a los dioses del panteón romano.
Por ejemplo, la diosa romana Diana (que tuvo un templo en la actual calle San Saturnino) es la asimilación y transformación por parte del panteón de los dioses romanos de una diosa anterior.

Posteriormente, con la llegada del Cristianismo (religión de caracter eminentemente patriarcal) el culto a la diosa Diana desaparecería; y en el lugar donde estaba su templo se construiría la iglesia cristiana de San Saturnino, que no deja rastro de feminidad, y cuyas fálicas torres aún se alzan hoy en día.

A pesar de lo dicho, durante la Edad Media, siguió existiendo un sustrato matriarcal en la población de Iruña (que, no olvidemos, seguía siendo campesina y conservaba incluso su lengua pre-indoeuropea: el euskera) contra el que había que seguir luchando simbólicamente. Dos entidades netamente masculinas se encargaron de esta lucha mediante símbolos contra el poder de la mujer: la Iglesia Católica y el Ejército. La presencia e influencia que ambas han tenido a lo largo de los siglos en Pamplona son de sobra conocidas, e incluso están perfectamente reflejadas hoy en día en la arquitectura de la ciudad.

La estrecha relación entre la Iglesia y el Ejército está claramente reflejada, por ejemplo, en el hecho de que las antiguas iglesias pamplonesas (como la mencionada de San Saturnino) eran a la vez iglesias y fortalezas militares (con sus altísimas torres que eran también símbolos fálicos).

Abundando en el papel de lo militar, tenemos otro ejemplo claro de utilización de los símbolos en la lucha contra lo femenino: El CINTURÓN DE CASTIDAD que, se le impuso a la mujer Iruña como terrible instrumento de represión.
Este cinturón de castidad, si bien comenzó con la llegada de los Romanos, fue tornándose cada vez más asfixiante con el paso de los siglos. Me estoy refiriendo, naturalmente, a las murallas de Pamplona (“cinturón” de murallas), que han encorsetado durante siglos a la ciudad (a la ciudad civil), tanto desde el punto de vista físico como el mental. En definitiva, tenemos un poder militar venido de fuera que, aliado con el poder eclesial (ambos genuinamente masculinos), encorseta-oprime a una ciudad aborigen de sustrato matriarcal (femenino).

El cinturón de murallas ha sido, pues, un auténtico cinturón de castidad para la Iruña matriarcal y un símbolo de dominio masculino; y hubo que esperar nada menos que hasta el siglo XX para su ruptura física (recalco lo de física), cuando al ejército español ya no le quedaban argumentos lógicos para su conservación.

Iñigo Sánchez (Pamplona, 1973) es estudioso de la historia de Pamplona, y de otras materias como la simbología, la antropología y la cultura vasca.


La Venus de Willendorf, relacionada con el culto a la fecundidad durante la Prehistoria.


La diosa Diana, visible hoy en una fachada de Pamplona.


Iglesia de San Saturnino. Originariamente era también fortaleza militar, y sus torres eran aún más altas.

 

 


Pamplona totalmente rodeada por un cinturón de murallas en una imagen del siglo XVIII.

 

 

 

 

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